Hace alrededor de cuatro años viajaba yo en un tren . Frente a mi en aquel espantoso compartimento , estaba sentado un viejo , sucio y manifiestamente maligno , como me lo probaron algunas de sus reflexiones .
Como no tenía interés de continuar con él una conversación poco feliz , quise leer , pero a pesar de mi mismo , no dejaba de contemplar al viejito que era muy feo .
Su mirada se cruzó , como suele decirse , con la mía y que esa mirada haya sido breve o prolongada , pues ya no lo sé , lo cierto es que repentinamente experimenté el doloroso – si doloroso – sentimiento que cualquier hombre valía ( habrá de excusárseme pero quiero poner el acento en ese ‘ exactamente ’ ) lo mismo que cualquier otro . Cualquiera me dije , puede ser amado más allá de su fealdad , de su tontería o de su maldad .
Era una mirada , sostenida o rápida la que se había encontrado con la mía y me medía . Y lo que hace que un hombre pueda ser amado más allá de su fealdad o su maldad permitía precisamente amar esa maldad o fealdad .
No nos equivoquemos , pues no se trataba de bondad de mi parte ; era un reconocimiento . Hace ya mucho tiempo que la mirada de Giacometti vio esto y nos lo restituye . Digo lo que siento : ese parentesco manifestado por sus figuras me parece ser ese punto precioso en el que el ser humano sería remitido a lo que tiene de más irreductible :
su soledad de ser equivalente a cualquier otro.
1954 Jean Genet